¿Qué soy?

No recuerdo el momento en que empecé a tener conciencia de mi mismo. No recuerdo exactamente quien estaba a mi lado. Recuerdo estar tremendamente apretado por una inmensidad de otros que eran como yo. Era, prácticamente, como si a alguien se le hubiera ocurrido meter todo el agua de una piscina en un vaso de chupito y lo hubiera conseguido. Eran tantos los que se movían al unísono que yo, por más que lo intentaba, no podía mas que seguir el ritmo marcado por el resto. Sin pausa, sincronizados por el repicar de un lejano “tic, tac”, avanzábamos al espacio liberado por el que nos precedía. Una y otra vez. Millones de veces elevadas a la millonésima. Siempre igual. Sólo muy de tanto en tanto llegábamos a un lugar donde algunos de nosotros no podíamos más que tomar una bifurcación, momento en que todo parecía cambiar ligeramente (aunque no era así).

Mis compañeros de viaje, por su parte, no parecían en absoluto inquietos por su falta de libertad. Yo les preguntaba, les increpaba si tenían la más remota idea de hacia dónde nos dirigíamos, pero jamás contestaban. Nunca me dieron la menor señal de tener mi mismo nivel de conciencia, aun cuando, curiosamente, en aquel mar de gente sólo conseguí distinguir dos tipos de individuos: los que eran exactamente como yo y los que eran todo lo contrario.

Recuerdo desear con todas mis fuerzas salir de aquel torrente infinito. Pero ¿cómo conseguirlo?, ¿cómo puede una minúscula gota abandonar el Amazonas? Lo deseé durante millones de “tic” y otros tantos de “tac”, pero siempre que me proponía quedarme quieto el peso de la masa empujando detrás de mi hacía que no pudiera detenerme lo más mínimo.